domingo, 10 de julio de 2011

I



Mi nombre es Carla. Nací el miércoles 6 de noviembre de 1991 a las 11:40 am, día en que hubo luna nueva. Suelo ser amigable y conversadora, aunque confieso que tengo carácter fuerte. Disfruto de la música, las conversaciones que duran horas, los libros en donde todos mueren. Amo los olores que me recuerdan a algo (el eucalipto, por ejemplo, me lleva de vuelta a la infancia), los colores nebulosos, la poesía, la lluvia, el invierno, la melancolía del pasado, los sonidos largos y profundos, lo idealizado y todo lo indeterminado.

Me interesan mucho la filosofía, la astrología, la teología y los idiomas (si son lenguas muertas, mejor aún). Valoro mucho a las personas con ideales, a quienes luchan por aquello en lo que creen y aprecian la libertad. Detesto el oportunismo, la hipocresía, la mezquindad, la pedantería, la frivolidad, la traición, lo obsceno, el egolatrismo, a los aduladores, prepotentes y a los abusivos. Tampoco me agradan las personas que marginan, que fingen, que juzgan, que se victimizan, que pretenden nobleza y altruismo, que condenan desde lo bajo, que envidian el bienestar de los demás, entre otros. Por otro lado, admiro a quienes tratan de ser mejores día a día, a quienes no toleran las injusticias y las combaten, a quienes han conocido lo más bajo de la naturaleza humana y aún mantienen el decoro y la sutileza, a quienes se pierden en lo infinito, a quienes se entregan a lo intangible e incomprensible, a quienes no le temen a la muerte.

Como mencioné anteriormente, me interesa la astrología. Soy Escorpio ascendente Acuario, y tengo una fuerte presencia de Plutón en mi carta. De esta manera, me siento atraída inevitablemente por los misterios, lo oculto, lo oscuro. Suelo andar en un polo y luego pasar a otro, sucesivamente... Tiendo mucho a los extremos, dicotomías, pero reconozco cuando enfoco un asunto desde una perspectiva muy parcial. Me considero una persona algo tajante, pero también comprensiva: mis acciones no se producen gratuitamente, aunque a veces parezca que sí. Atesoro mucho a mis amigos y familia, pero no permito las imposiciones. En algunas ocasiones, puedo llegar a ser distraída y despreocupada (varias veces me he perdido, y no pocas he confundido u olvidado algo).

viernes, 18 de marzo de 2011

Salazar

Hablaré de Diego con libertad porque sé qué este blog es una especie de cueva mohosa e inaccesible. Sospecho que no tengo razón para pensar que estoy cometiendo una imprudencia, ni tampoco que cualquier infeliz puede pasar a husmear sin pedir nada a cambio.

Hace un buen tiempo desapareció. Le mandé un correo, un sms (el cual respondió con mucha amabilidad), y volvió a desaparecer de nuevo. Me cae muy bien, es la persona más genial que he conocido en mi vida (supongo que Churchill también cuenta, pero el caso es distinto) y en verdad me encantaría saber qué demonios pasa por su cabeza. Asimismo, le comenté que Lacrimas Profundere vendría en mayo... y, sorpresivamente, me dijo que iría. Me puse demasiado feliz, porque contaba con volver a verlo y esperaba que me relatara alguna de sus muchas historias graciosas y extrañas. En estos momentos, sin embargo, no sé nada de él, y sólo me queda esperar que recuerde que el 27/05 la banda se presentará.

Diego me ha dicho que está trabajando, y al parecer le va muy bien. Me alegra que sea así, puesto que es una persona demasiado inteligente y perspicaz. Lo que siempre voy a recordar de él es su sentido común, esa facilidad extraordinaria que tenía para no irse por las ramas ni dejarse intimidar por argumentos complejos y rimbombantes. Haciendo uso de una sobriedad solemne y cortés, desbarataba hasta la teoría más intrincada (con la cual, por cierto, no estaba familiarizado) y la satirizaba con un humor un tanto irónico y ácido, pero elegante. Aún admiro su pragmatismo y, sobre todo, esa capacidad de no perderse ni dejarse envolver por rollos filosóficos y existenciales.

De los tiempos en el colegio no hablaré ahora. Me parece que ya ha pasado mucho tiempo desde que terminaron las clases escolares, y la verdad es que poco recuerdo ahora (sin embargo, tengo escritas las cosas más importantes en mi diario de hace años..supongo). Me encantaría que apareciera un día, sin previo aviso, y conociera al gato. Oiría esos ruidos extraños que hace, me reiría con sus imitaciones, escucharía sus historias pintorescas, y después del concierto (si es que llegara a ir), volvería a desaparecer nuevamente. A veces creo que, si no fuera así de impredecible, no me parecería tan legendario.

martes, 15 de marzo de 2011

Lógica y Epistemología.

La profesora es idéntica a la Tigresa del Oriente, tal como me dijo Gabo. Su sonrisa me recuerda al guasón, pero un poco más amable.
Llegué algo tarde debido a que me quedé con Gabo, Mayra y Harold en las mesas de letras. Al momento de llegar al salón, me di con la sorpresa de que todos los sitios (carpetas individuales) estaban ocupados. No me quedó más que irme al último, atrás, a la caverna, donde no veo nada y hasta el más pigmeo de los alumnos me tapa. Afortunadamente, la tigresa usa micrófono... Si no fuera así, ya estaría muerta.

A mi costado está sentada una chica. No le veo nada especial. Tampoco al chico que se sienta adelante de mí (polo verde, cabello castaño). La profesora está hablando con mucha felicidad, casi maternal, pero no se compara a la infeliz de Acuña, que me jaló en primer ciclo. Estoy aburrida... Está presentando el curso, hablando de que "es bueno un pequeño paréntesis de reserva, digamos". No sé qué hacer, porque aún falta una hora y media y ya quiero descansar o hacer algo decente.

A propósito, la clase de filosofía me agradó. La profesora enseña bien, pero eso de colgar diapositivas y ponernos videos... no sé, me aburre . Quisiera que las clases fueran como las de Dante, imponentes y soberbias. Sin embargo, estoy llevando con Erick y Kaori (Sergio, amigo de Kaori, también está). Me gustará estar con ellos de nuevo, casi como en primer ciclo.

Después de filo, llamé a Alvarín. Me contestó enojado (claramente, tuve la culpa). Le pedí disculpas... Bueno, parece que mañana lo veré.

No le voy a hablar a nadie, tengo flojera. Quiero dormir o reírme un poco. Estoy escribiendo como animal, necesito algo y no sé qué es.

lunes, 14 de marzo de 2011

Primera anotación

  1. No soy una persona paciente, pero trato de remediar esa situación
  2. A veces me excedo, y adopto un papel pasivo que
  3. Termina haciéndome descargar todo el enojo que, por desgracia, he ido acumulando
Me irrita que una que otra persona asuma que, por actuar de manera considerada con él/ella, puede disponer libremente y a su antojo de mi pequeño cúmulo de paciencia. (Probablemente peco al darle demasiada importancia, cuyo por qué explicaré más adelante).
He notado, generalmente, que las personas más vulneradas y, por así decirlo, que han sido víctimas de un trato brusco, buscan proyectar su frustración sobre aquellos que son más sumisos (en el sentido de que no oponen resistencia ni se defienden, o que mantienen una actitud pasiva). Supongo que este mecanismo sirve para desfogar la carga emocional que llevan a cuestas, y que les impide reconocerse a sí mismos como aptos para enfrentar los retos posteriores. Mediante este comportamiento (la proyección de la propia frustración sobre el otro), el agente ha hecho más que librarse de dicha carga: ha, también, mitigado su ira contra aquellos que le hicieron lo que él hace ahora. No ha aprendido a canalizar lo que lleva en su interior, únicamente se ha librado, se ha desentendido del problema. Esta suerte de "amnesia" temporal volverá a presentarse como realidad más adelante, cuando el individuo tenga que enfrentar situaciones que presenten hasta el más mínimo punto de similaridad.

Aplicación en uno mismo:
Suelo suavizar mis maneras y mi trato con aquellas personas que, considero, llevan una carga interior no resuelta o una aflicción. Si la persona X dice/hace algo que me molesta/irrita/incomoda, es natural que yo trate de minimizar el hecho debido a las consideraciones previas y, en el mejor de los casos, busque obviarlo. Esto no sucede con quienes saben manejar sus emociones o saben exactamente lo que hacen (errar es humano, injuriar no lo es): en dichos casos, me comporto como lo haría normalmente (pongo las cosas en claro y tomo las medidas que considere pertinentes).
Lo que me frustra es que X (quien tiene la carga interior) haga/diga lo mismo que me molestó anteriormente. En ese momento, lo único que hago es preguntarme si la persona tiene plena conciencia e intención de hacer lo que está haciendo, o si es accidental. Si es accidental, no me molesto. Sin embargo, si no lo es, me siento profundamente irritada y decepcionada con X, debido a que no actué de manera ordinaria por consideración a la persona.
Lo siguiente que ocurre: descargo lo contenido en el momento menos indicado, llegando incluso a dar la impresión de actuar por hipersensibilidad (es decir, a la más mínima provocación) o por puro gusto.

Concluyo:  Actúo de la misma forma que los reprimidos mencionados anteriormente
Mi forma de reaccionar no es la indicad

domingo, 6 de marzo de 2011

Diéresis



Eran poco más que un remedo, un intento de juventud. Vivían embriagados, descargando los equipajes en hoteles de paso y casas de amigos que habían conocido la noche pasada. El aire les congelaba las mejillas, les caía el rocío matinal en el cabello, gritaban como condenados a muerte y asumían con candidez la orfandad que les deparaba el destino. El tiempo era un montículo de arena que se acumulaba en el reloj de sus vidas: nada era considerado lo suficientemente sagrado como para ser tomado en serio, y lo único que les preocupaba era encontrar un lugar para dormir.
Reían obscenamente, con avidez y descontrol, pues la risa era lo único que los apartaba de la repugnancia y la lástima. Reían porque la risa era lo más parecido al llanto, lo que más los vinculaba a la realidad ajena,  lo más cercano a aquello que se prohibían a sí mismos: el retorno. No hablaban de ello, pero bastaba poco más que unos minutos de silencio para que uno supiera que el otro estaba, en silencio, añorando aquello que nunca se atrevería a admitir.
A mí me gustaba, de manera especial, Anrai. Era poco más que luz y silueta, una criatura etérea que contenía el universo en su mirada. Solía andar junto a Leo y Daniel, un par de escritores aficionados cuyo único temor consistía en llegar a morir arrollados por un camión cisterna. A ellos se les sumaba Paula, a quien apodaban Popea, y (aunque de manera menos frecuente) Vanessa. No era extraño ubicarlos: siempre se hallaban en el lugar más ruidoso y concurrido, o en el más desolado y deshabitado. Estoy segura de que, para ellos, los términos medios consistían poco más que referentes discretos de la rutina y la renuncia. A Leo le asqueaba y aterrorizaba la idea de saber qué haría el día siguiente, dónde amanecería o qué comería. Daniel no se ocupaba de las meditaciones ajenas, y, sospecho, tampoco de las suyas. Solía caminar con las manos en los bolsillos, la cabeza altiva y la mirada fija en el piso. Siempre llevaba un cigarrillo entre sus dedos, que antaño poseían una tonalidad marfileña. Él no me inspiraba mucha confianza: tenía unas maneras demasiado correctas y hermosas, casi perfectas. Era cortés, prudente, encantador y sombríamente calculador. Nunca sonreía con la mirada: se limitaba a torcer sus labios y asentir con los ojos. 
A todos ellos los conocí una y muchas veces, pero no recuerdo cuáles fueron y cuáles no. El único momento memorable, según Leo, fue cuando pasaron la noche en el departamento de Vanessa. Ella, a diferencia de los otros tres, trabajaba como diseñadora y vivía con la seguridad que le proporcionaba el depósito mensual de sus padres. Era engreída, directa y algo temperamental. Por alguna razón, el único que la trataba con consideración era Daniel, cosa que a ella poco le importaba. Su hogar era terriblemente caótico, olía a café tostado y me recordaba a una cueva excepcionalmente cálida. Lo más fascinante de aquel lugar era, sin duda alguna, el  balcón que daba hacia la avenida, al que Anrai no prestaba atención (solía fumar en la bañera, pero los demás se obligaron a detenerlo desde la vez en que casi se ahoga).

lunes, 28 de febrero de 2011

No creo en aquello que se defina a sí mismo como irrefutable, innegable, inmortal, objetivo, real, puro y eterno. No concibo absolutos, no puedo terminar de entender cómo es que algo puede explicarse haciendo alusión a lo perenne, incorruptible, inefable (a menos que sea en un contexto artístico). ¿Por qué nos preocupamos por mantener vigente, retener y conservar lo que sigue su propio curso? ¿En qué momento empezamos a dogmatizar el ideal, y nos vamos conviertiendo en una mera proyección de éste? Y por último ¿cómo es posible, cuándo es prudente establecer una diferenciación entre la aceptación y la desidia?

Lo absoluto existe y se concibe como tal únicamente en la cabeza de cada persona.
Todos nosotros necesitamos aferrarnos a una idea superior, a algo que actúe como guía (principio, medio y fin = arché). Esta no es sin cooperación del hombre: sola, no tiene ni hace sentido. Sin embargo, cuando actúa como germen y es fecundada por la voluntad del hombre, cobra sentido y llega a ser tal.

sábado, 26 de febrero de 2011

Óculo

1.
Estaba tanteando. Mis reflejos son agudos y sutiles, perturbables hasta por el más insignificante gesto que pueda percibir en el rostro de los demás. Suelo confunfir la risa suave con el llanto disimulado, la alegría con la histeria y la seriedad con la maquinación. No sé (tampoco he sabido, ni sabría explicar) qué es aquello que me impide percibir la espontaneidad, palabra con la que me encuentro familiarizada pero cuyo referente no logro hallar en la realidad.

He sabido de personas que son capaces de interpretar gestos y enlazarlos con el pensamiento, sentimiento y las motivaciones de los demás. He oído de unos pocos detectores de mentiras antropomorfos, una especie de máquinas humanas a las que no se les escapa ni media verdad. Sin embargo, no puedo afirmar que mi caso sea uno de aquellos prodigios: no tengo ninguna habilidad especial, específica o sobresaliente. Lo único con lo que cuento es con una paciencia tal que roza los límites de la dejadez, un extraño interés por prever el actuar de las personas, y mucho tiempo libre. 

2.
Estoy pendiente de la reacción del extraño que va ocho pazos delante de mí: verá al ratón plomizo que cruza la pista y sospecho que no gritará, sino que lo mirará con repulsión. ¿Cómo lo sé? Mantiene un paso firme y regular, coge su maletín con descomunal aprensión, sus movimientos son casi mecánicos y viste un terno negro un tanto plomizo, parecido al color del roedor. Se trata, en resumidas cuentas, de un hombre decente.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Adriana



Adriana me habló de la ouija; yo le conté acerca de las Cruzadas y la Edad Media. Vimos "The Danish Poet", y luego conversamos acerca de la necesidad de impedir el asesinato de ballenas en el mundo. A pesar de sus ¿9? ¿10? años, me encantó charlar con ella y compartir un par de ideas sobre ciertos temas que, ordinariamente, no llegan a aflorar cuando tengo conversaciones con personas mayores o de mi edad.
La miro detenidamente: sospecho que no lo percibe, pues sigue narrando cómo es que ella y mi prima estuvieron en presencia de un alma en pena. Es muy linda: tiene rasgos delicados y armoniosos, cabello negro ondeado y la piel de una tonalidad canela suave. Cada vez que abre la boca para decir algo, su pequeña (y bonita) nariz se contrae, sus labios se curvan y una chispa momentánea recorre el negro oscurísimo de sus ojos. Aparenta una inocencia que contrasta terriblemente con una mentalidad crítica y lúcida, una determinación de hierro y la fuerza oculta en unas maneras serenas y afables.

Poco después de enseñarle una pintura ("The Triumph of Death"), vienen a recogerla. Me despido de ella, cierro la puerta con firmeza, y pienso en cómo demonios puede ser posible que una criatura de su edad pueda dar tanta calma a alguien que (como yo en esos instantes) estaba a punto de colapsar. Mientras seguía perdiéndome en algunos pensamientos de ese tipo, escucho pequeños golpecillos que provienen de la puerta: es ella, quien ha olvidado su casaca. Al momento de despedirse, me mira a los ojos (una mirada que, por desgracia, pude interpretar) y me dice: "Ya es tarde".
Un escalofrío me recorre la espalda. La miro (una mirada que, por desgracia, ella puede interpretar) y observo cómo se va, sin decir nada más.

Puedo jurar que, en esos instantes, vi/supe/leí/oí/sentí/percibí la corriente simultánea de sus pensamientos, pero sólo lo que ella permitió. Me trastornó saber que alguien pueda ocultar algo, aún cuando se la mira a los ojos y ve/sabe/lee/oye/siente/percibe más allá de sus palabras.

Un par de horas más tarde, recibí una noticia espantosa.

martes, 1 de febrero de 2011

Culpa burbujeante, ácida y grumosa que me contrae como la bestia más abominable de todas. Ni siquiera tengo derecho a pedir perdón.

Chapter I



Escucho Estatic Fear y me siento el montículo más grotesco y podrido de todo el universo.

Los ríos se derriten y forman pequeños charcos escarchados, cubiertos por hojas carmesíes y ligeramente cristalizadas por efecto del frío. Los árboles están desnudos y se mueven al compás de los silbidos del viento, lejano y susurrante. Algunas gotas aperladas, provenientes del rocío matinal, se desprenden con ligereza de las ramas secas y estériles de los eucaliptos, de los cuales brota un aroma fresco y profundo.
No hay nadie cerca, ni tampoco lo habrá. La belleza se percibe únicamente cuando no hay ojos para contemplarla.

domingo, 30 de enero de 2011

Dogs




El 1:50 tiene tu cara

Asco




No es que ande idealizando al polvo y busque encontrarlo en el primer retazo de tierra oculta en las cuencas oculares de un tuerto. Me subestimas, _. Malinterpretas las intenciones, desconoces el encanto de la persistencia y el abismo que engloba lo perdido. Me quejo porque me fastidia el hecho de comprender lo absurdo de la sátira, y aún así seguir negándome a abandonar el antifaz.

Hace mucho, mucho tiempo, creí recordar algo que se me viene a la memoria en estos precisos instantes.
Hace mucho, mucho tiempo, sentí el peso del mundo sobre mis espaldas. Desde hace mucho, mucho, mucho, que no me encuentro tan desapegada a lo que se sostiene a mi alrededor. No encuentro lo que busco debido a que ni siquiera sé qué es. Me siento liberada y curiosamente vacía, espero todo de nadie y nada de todos. La sensación de volar con los pies en la tierra equivale a nadar en el espacio y flotar en el mar, olvidar lo importante y tener presente pequeños detalles que no sirven de nada, proceder de manera ambivalente hacia todo lo que sonríe, llora y sangra.

¿En qué demonios se relacionan los círculos y el número dos?

jueves, 27 de enero de 2011

Óculo

Te han arrancado la piel de los párpados. Al mirarte fijamente, sólo veo un par de pestañas suspendidas por filamentos transparentes y ligeramente sombríos.
Los días de lluvia son espolvoreados con ligereza, con descuido y apatía, en los rincones de esa habitación de espejos que llaman recuerdos. A nadie le importa si se trata de una sola gota de agua: todos percibimos su multiplicación infinita, producto de la luz y de los reflejos. Aún si han sacralizado el derramamiento de las lágrimas, tú y yo sabemos que es poco más que un artificio cuyo fin consiste en introducir el martirio de esos romanticistas afectados que me tienen podrida.
¿Qué sucedería si existieran dos soles? Dos astros reyes, cada uno escondiéndose en una cuenca húmeda y sanguinolenta. No creo que fuera posible mirarte de frente, ni mucho menos intentar interpretar tus pensamientos. En caso fuera así, la luz que irradiaran sería suficiente para convertirte en el ser más luminoso e incontemplable. No puedo concebirlo: hacerlo equivaldría a admitir que existe la posibilidad de ver (imaginar) la oscuridad. Ciegos por las garras de las arpías, ciegos por la maldición de ver más allá de lo permitido, ciegos por la culpa de lo inevitable, ciegos por el miedo a la arena onírica.


En mi sueño, yo era Tiresias.

miércoles, 26 de enero de 2011

domingo, 23 de enero de 2011

El qué

Lo llevaron contra su voluntad, lo despojaron de todo sentimiento de añoranza y le dijeron que hiciera cualquier cosa.
Fue abandonado en un recinto lleno de barras de metal, las cuales se encontraban cruzadas entre sí.
Los sonidos eran como susurros, silenciosos y casi imperceptibles, llenos de un hechizo azul y maldito, centellante. Oía sangre, sabía a sangre, a óxido, a claustro, a indeterminación, a encierro, a uñas en la pizarra, a asfixia, a condicionamiento.

Y si los músculos no te responden, las palabras se pierden en el tubo seco de la garganta, la persistencia no es más que terquedad y nada te pertenece, ¿sigues siento tú?

lunes, 17 de enero de 2011

Soy...

un lugar

una película

un sonido

un aroma

una mujer

un hombre

una voz

una frase

un miedo

lo indescriptible


domingo, 16 de enero de 2011

Cogito ergo zoom




Bueno, Luna, tenemos que ser cautas.

Escribimos como quien se observa en un reflejo y reconoce los trazos difuminados de algo ajeno y ligeramente familiar. La música recorre mi pecho, mi garganta y maniobra a su gusto cada una de mis articulaciones. ¿Alguien puede decirme dónde he dejado la cordura? Los sintetizadores son mi mente, mis pensamientos recreados de forma simultánea y sin ningún tipo de orden, prioridad, jerarquía o escalón. Todo es igual, todo es lo mismo, todo es el centro del fin del inicio de lo que se pierde cuando se busca. Me entretengo contando cada una de las rayas, las manchas verticales, las grietas o lo que sea que esté en las maderas del piso: en cada una de ellas -sospecho- se encuentra otra cantidad infinita de polvo depositado allí a causa de las personas que, en el mismo estado que yo, se pusieron a contar las malditas cosas que ni siquiera tienen nombre.

La música no va a finalizar aquí, ni mucho menos ahora: la música está en todas partes, la música es como la materia y no se crea ni se destruye. A todos los retrasados emocionales que quieran seguir con el cliché de "sólo se transforma", les tengo una noticia levemente azucarada: hoy es domingo. Los hachazos del viento van mutilando mi nuca: todos son gélidos, ácidos y levemente centellantes.

viernes, 14 de enero de 2011

Drifter

Mi problema es siempre el mismo, pero se presenta con distintas máscaras.

Como todos, suelo enfrentarme a situaciones que implican abrirme al mundo o dejar que el mundo se abra a mí. El conflicto se presenta, precisamente, porque no sé cómo establecer límites entre aquello que depende de mí (influencia, dominio, control) y lo que constituye algo más "universal" (dejarme llevar, aceptar los cambios y lo externo, etc.)

Me consterna no saber cuándo debo ceder y cuándo debo mantenerme firme, seguir adelante e imponerme. Aunque suene tonto (presuntuoso, en su defecto), casi la mayor parte de las cosas que giran alrededor de mí tienen que ver con juegos de poder. Es una lucha constante, complicada y sin sentido aparente, que va haciéndose cada vez más fuerte y termina dominándome. Sé que, de cierta forma, está relacionado con el profundo desprecio que siento por la debilidad (en sí, el temor a ser débil), pero no termino de entender por qué me dejo llevar por las emociones, el temor y mi propia inseguridad.

martes, 4 de enero de 2011

Dies Martis

Me siento extraña al contemplar el cielo. Su belleza me hace pensar en algodones rojizos que flotan en un fondo vaporoso y celeste. Al desenfocar la vista, los colores se vuelven más vívidos y rosáceos: es como ver la combinación armoniosa de azules, púrpuras y grises, todos plasmados cual si hubieran sido espolvoreados suavemente.

Hay algo expropiado aquí, aunque aún no comprendo exactamente qué es. Siento que, incluso en los atardeceres, la contemplación de algo tan hermoso es temporal: ahora los colores son grises y añiles, indicios que señalan el arribo de la noche. Me consterna el hecho de haber interiorizado la idea de que el tiempo es lo más poderoso que hay en nosotros. No puedo concebir absolutos, no puedo creer en algo que asegure lo eterno y no mutable. Me frustra esta situación, me siento incompleta porque hay algo que me impide ver más allá de las simples abstracciones y enfocarme en aquello que no sé qué es, pero que estoy buscando.

El cielo es ahora un velo matizado de azules, todo cubierto de un lánguido brillo nocturno. Espero poder, algún día, ver las estrellas.

lunes, 3 de enero de 2011

El ente

Yo no les voy a decir mi nombre.

La razón por la que me he cambiado de blog es la misma de siempre: me friegan las intrerpretaciones grandilocuentes y el falso entendimiento. Tanta libertad terminará por volverme tartamuda o retrasada mental. Espero poder escribir cosas sobre lo que me pasa a diario y cosas por el estilo.

El nombre del blog proviene de una canción de King Crimson, la cual no tiene nada que ver conmigo ni este blog. Usé el nombre únicamente porque el fondo que uso era, coincidentemente, también de un par de elefantes de sexo dudoso curiosamente multiplicados por el efecto mosaico.
---> lo que me recuerda a una frase de Borges: "los espejos y la cópula son abominables porque reproducen el número de los hombres".
Quiero aclarar que lo coloco (elefante) allí porque me da la gana y porque puedo. Quiero que esta cosa se convierta en algo parecido a mi cabeza, y no encuentro mejor forma de conseguir tal parecido sin el uso de "fuera-de-lugareados" o cosas random.

Son las 5:49, creo que ya debería ir a dormir. Hasta donde dios no los vea.