martes, 4 de enero de 2011

Dies Martis

Me siento extraña al contemplar el cielo. Su belleza me hace pensar en algodones rojizos que flotan en un fondo vaporoso y celeste. Al desenfocar la vista, los colores se vuelven más vívidos y rosáceos: es como ver la combinación armoniosa de azules, púrpuras y grises, todos plasmados cual si hubieran sido espolvoreados suavemente.

Hay algo expropiado aquí, aunque aún no comprendo exactamente qué es. Siento que, incluso en los atardeceres, la contemplación de algo tan hermoso es temporal: ahora los colores son grises y añiles, indicios que señalan el arribo de la noche. Me consterna el hecho de haber interiorizado la idea de que el tiempo es lo más poderoso que hay en nosotros. No puedo concebir absolutos, no puedo creer en algo que asegure lo eterno y no mutable. Me frustra esta situación, me siento incompleta porque hay algo que me impide ver más allá de las simples abstracciones y enfocarme en aquello que no sé qué es, pero que estoy buscando.

El cielo es ahora un velo matizado de azules, todo cubierto de un lánguido brillo nocturno. Espero poder, algún día, ver las estrellas.

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