jueves, 27 de enero de 2011

Óculo

Te han arrancado la piel de los párpados. Al mirarte fijamente, sólo veo un par de pestañas suspendidas por filamentos transparentes y ligeramente sombríos.
Los días de lluvia son espolvoreados con ligereza, con descuido y apatía, en los rincones de esa habitación de espejos que llaman recuerdos. A nadie le importa si se trata de una sola gota de agua: todos percibimos su multiplicación infinita, producto de la luz y de los reflejos. Aún si han sacralizado el derramamiento de las lágrimas, tú y yo sabemos que es poco más que un artificio cuyo fin consiste en introducir el martirio de esos romanticistas afectados que me tienen podrida.
¿Qué sucedería si existieran dos soles? Dos astros reyes, cada uno escondiéndose en una cuenca húmeda y sanguinolenta. No creo que fuera posible mirarte de frente, ni mucho menos intentar interpretar tus pensamientos. En caso fuera así, la luz que irradiaran sería suficiente para convertirte en el ser más luminoso e incontemplable. No puedo concebirlo: hacerlo equivaldría a admitir que existe la posibilidad de ver (imaginar) la oscuridad. Ciegos por las garras de las arpías, ciegos por la maldición de ver más allá de lo permitido, ciegos por la culpa de lo inevitable, ciegos por el miedo a la arena onírica.


En mi sueño, yo era Tiresias.

No hay comentarios: