lunes, 28 de febrero de 2011

No creo en aquello que se defina a sí mismo como irrefutable, innegable, inmortal, objetivo, real, puro y eterno. No concibo absolutos, no puedo terminar de entender cómo es que algo puede explicarse haciendo alusión a lo perenne, incorruptible, inefable (a menos que sea en un contexto artístico). ¿Por qué nos preocupamos por mantener vigente, retener y conservar lo que sigue su propio curso? ¿En qué momento empezamos a dogmatizar el ideal, y nos vamos conviertiendo en una mera proyección de éste? Y por último ¿cómo es posible, cuándo es prudente establecer una diferenciación entre la aceptación y la desidia?

Lo absoluto existe y se concibe como tal únicamente en la cabeza de cada persona.
Todos nosotros necesitamos aferrarnos a una idea superior, a algo que actúe como guía (principio, medio y fin = arché). Esta no es sin cooperación del hombre: sola, no tiene ni hace sentido. Sin embargo, cuando actúa como germen y es fecundada por la voluntad del hombre, cobra sentido y llega a ser tal.

No hay comentarios: