viernes, 18 de marzo de 2011

Salazar

Hablaré de Diego con libertad porque sé qué este blog es una especie de cueva mohosa e inaccesible. Sospecho que no tengo razón para pensar que estoy cometiendo una imprudencia, ni tampoco que cualquier infeliz puede pasar a husmear sin pedir nada a cambio.

Hace un buen tiempo desapareció. Le mandé un correo, un sms (el cual respondió con mucha amabilidad), y volvió a desaparecer de nuevo. Me cae muy bien, es la persona más genial que he conocido en mi vida (supongo que Churchill también cuenta, pero el caso es distinto) y en verdad me encantaría saber qué demonios pasa por su cabeza. Asimismo, le comenté que Lacrimas Profundere vendría en mayo... y, sorpresivamente, me dijo que iría. Me puse demasiado feliz, porque contaba con volver a verlo y esperaba que me relatara alguna de sus muchas historias graciosas y extrañas. En estos momentos, sin embargo, no sé nada de él, y sólo me queda esperar que recuerde que el 27/05 la banda se presentará.

Diego me ha dicho que está trabajando, y al parecer le va muy bien. Me alegra que sea así, puesto que es una persona demasiado inteligente y perspicaz. Lo que siempre voy a recordar de él es su sentido común, esa facilidad extraordinaria que tenía para no irse por las ramas ni dejarse intimidar por argumentos complejos y rimbombantes. Haciendo uso de una sobriedad solemne y cortés, desbarataba hasta la teoría más intrincada (con la cual, por cierto, no estaba familiarizado) y la satirizaba con un humor un tanto irónico y ácido, pero elegante. Aún admiro su pragmatismo y, sobre todo, esa capacidad de no perderse ni dejarse envolver por rollos filosóficos y existenciales.

De los tiempos en el colegio no hablaré ahora. Me parece que ya ha pasado mucho tiempo desde que terminaron las clases escolares, y la verdad es que poco recuerdo ahora (sin embargo, tengo escritas las cosas más importantes en mi diario de hace años..supongo). Me encantaría que apareciera un día, sin previo aviso, y conociera al gato. Oiría esos ruidos extraños que hace, me reiría con sus imitaciones, escucharía sus historias pintorescas, y después del concierto (si es que llegara a ir), volvería a desaparecer nuevamente. A veces creo que, si no fuera así de impredecible, no me parecería tan legendario.

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